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Lucía González Duque

Soy una administradora de sueños

Por Cristóbal Peláez González

(Publicado en la Revista Vía Pública. Número 4. Marzo de 1990)

Habíamos empezado a odiarla o a admirarla o, cuando menos, oír su nombre en aquel crescendo vertiginoso de realizaciones que hubo de culminar tras cuatro años de brillante administración, en la compra de una sede para el Pequeño Teatro. Ese sueño rumiado y remascado hasta la pesadilla por cualquier grupo escénico de no importa qué lugar del mundo.

De abajo hacia arriba, de la nada a un poco, de la dificultad al optimismo, “la mona” nos mostró a todos su enjundia de mujer echada hacia delante, marcando de carambola un hito que por lo inverosímil, a estas alturas del progreso, merece en letras de molde publicarse: por primera vez en la historia de Antioquia una agrupación independiente de teatro podía disponer de su espacio propio.

Un día cualquiera amaneció directora del teatro más importante de la ciudad, el Pablo Tobón Uribe, recinto que durante lustros fue a los artistas de Medellín lo que un castillo medieval a su cinturón de artesanos y siervos de la gleba. Sitio reservado, patrimoniado para las grandes luminarias extranjeras y que de pronto, gracias a su nueva gestión, se aireó en la orientación de mejores nortes.

Cuando ya Lucía González, reconocida y apreciada, parecía anclada en las aguas fervorosas del teatro, le vino de repente el cambiar de rumbo. A falta de una, su responsabilidad abarca ahora dos entidades: El Estudio Polifónico y la Orquesta Filarmónica de Medellín. Trasiego que no le obsta para extender su brazo solidario en la cooperación con otros grupos y proyectos, fiel a su filosofía de impulsar sin recateo el desarrollo espiritual del hombre.

Ojos transparentes, menudita presencia y un hilo frágil de voz quieren no develar aquel su temperamento ejecutivo, donde convergen en habitual alternancia el donaire y la ternura, el dulce encanto femenino con la arrogancia del oficio. Ella, la nombrada y requerida, también puede ser en algunos sitios, por justa causa, por rencor o por envidia, mal venida.

Es la suya una corta y sustanciosa carrera que ha puesto de manifiesto un nuevo estilo en el hacer de la promoción cultural, dejando en entredicho la funcionabilidad de los funcionarios, evidenciando la inoperancia de esa generación burocrática de un supuesto interés por la cultura, pero que aún sigue siendo una elegante élite que se aferra con uña y carne a su curul, porque quieren seguir viviendo de la cultura y no para la cultura. Lucía González, a la inversa, y esto lo dice el Medellín que la conoce, suda y trajina el espíritu de la cultura como ejercicio de pasión, de vértigo. Posee la fuerza refulgente del convencimiento íntimo, el cariño por lo que asume y proyecta. No se amilana con el augurio de los tiempos borrascosos y se propone emprender, creyendo en la reciedumbre de la razón estética, una resistencia política para luchar contra el atraso y la desgana de la dirigencia del país.

“Cuando habla el gremio industrial por boca de Fabio Echeverri Correa, tiembla el gobierno. Así nosotros debemos sentarnos y constituir un gremio fuerte que esté en condiciones de exigir, de resaltar nuestra importancia en el transcurrir histórico de Colombia”.

Tanta seguridad le confiere encanto.

Muchas cosas pueden ser seductoras en una mujer, la más de ellas es su ánima. A Lucía González Duque le sobra.

La cultura es algo que me encontré en el camino

VIA PÚBLICA: Tenemos entendido que usted se preparó como arquitecta y que en determinado momento, hace cosa de 7 u 8 años, se produjo un giro inesperado hacia estas faenas. ¿Cómo fue?

LUCÍA GONZÁLEZ: Terminé arquitectura en la Bolivariana -gracias a Dios soy arquitecta, me encanta serlo, porque la arquitectura me ha dado una visión muy amplia del mundo aunque nunca haya trabajado en el oficio-. Terminé arquitectura, como digo, y me desempeñé durante cuatro años y medio en la misma universidad como profesora de teoría e historia, que ha sido la parte que siempre he amado de la arquitectura, sus bases. De ahí pasé directamente a Bazarte que en principio se proponía como un “eventito” que sólo nos iba a ocupar unas horitas diarias, pero fue una idea que al nacer cogió vuelo y de pronto se convirtió en un gran evento y hubo que meterle todo. Coordiné los dos primeros Bazarte y para mí fue la oportunidad de entrar en contacto con entidades y personas diversas. Significó el entrar de una vez mirando tantas expresiones, el comienzo de una carrera en la administración cultural.

VP: ¿Antes de esos Bazarte llegó a pensar que ésta y no la arquitectura llegaría a ser su verdadera profesión?

LG: Nunca. Y es más, jamás había oído hablar de administración cultural. Fue algo que entendí después de Bazarte y después de participar en algunos programas con otras instituciones. A ese punto entendí que estaba haciendo una labor importante y supe que ya no volvería a la arquitectura, que estaba en posibilidad de hacer algo que me gustaba desde niña, una labor de acción, de proyección social.

VP: ¿A qué impulso interior obedecía para ese cambio de tercio que le llegó tan inesperado?

LG: Me hubiera dado mucho trabajo estar sola en una oficina, diseñando baños y alcobas, sin ninguna proyección hacia la sociedad. Supe que tenía que hacer algo con la comunidad, algo de ingerencia real, porque creo que tengo temple de líder. La cultura es algo que me encontré en el camino y es una fortuna. Tengo muchísimas estrellas en el cielo, el día que se me caigan se me enredan todas.

VP: Y ha sido un ascenso vertiginoso. Se oye decir en el medio con frecuencia que usted ha sabido imprimir una dinámica especial en el manejo de las organizaciones artísticas.

LG: Ahí hay dos cosas: una es la sensibilidad por el arte, algo que he cultivado desde la infancia. Como finalmente no fui artista me dedico a abrirle espacio a los que saben y quieren hacerlo. En segundo lugar me siento en un compromiso social que va más allá de mi desarrollo personal. Me encanta la gente. Este es un trabajo de relación y comprensión de la ambición humana. Ya no se trata de la ambición de una. Puedo decir que aquí la realización de los otros es la propia.

VP: Además de estas circunstancias filosóficas hay que agregar que siempre le ha tocado emprender desde abajo, desde lo mínimo. ¿No sería más productivo para usted asumir el manejo de algo más estructurado, que ofrezca mejores garantías en cuanto a su devenir personal?

LG: No, yo creo en mi capacidad de organizar cosas que están por inventar. Soy una empleada del arte y no me gusta llegar a una cosa tiesa. Voy allí donde todo está por hacer, donde en realidad estoy en la posibilidad de aprender. Estoy más allá de un oficio, estoy en la pasión por aquello que abordo.

VP: Más que un cargo sería una exploración de ideas, de tentativas.

LG: Uno llega a potenciar un mundo de aspiraciones que tienen los artistas, a explorar esas ideas que para el artista están medio muertas porque el artista por naturaleza, como sabemos, no se mueve en un mundo concreto. El Pequeño Teatro… ¿Había soñado en una casa como la que ahora tiene? Sí, desde siempre. Yo no llegué al Pequeño teatro a inventar ese sueño, lo que hice fue darle materialidad, administrarlo, convertirlo en algo real. Mi conflicto está en que los sueños poseen la velocidad que no posee ninguna administración del mundo. Lo que los músicos de la Filarmónica sueñan en un mes yo tardaría 30 años en hacerlo realidad. Bueno, creo que en cierto modo soy una administradora de sueños.

El hombre es espíritu

VP: Ahora tomemos un tema ineludible: la crisis cultural de la ciudad.

LG: Aquí no hay crisis cultural porque la creatividad no está en crisis, al crisis es administrativa.

VP: ¿Malos Manejos?

LG: Sí, está haciendo falta en la administración gente que ame en su interior el oficio. No se trata de entrar a la posesión de un cargo burocrático, por tratarse de algo elegante que aporta nombre.

VP: Una curiosidad aparte, ¿por qué estos cargos públicos son en la mayoría de los casos desempañados por mujeres?

LG: Tal vez porque las mujeres somos mano de obra barata. Pero también hay algo y es que las mujeres podemos hacer millones de cosas que a los hombres les cuesta, por ejemplo, las relaciones públicas.

VP: ¿Esas instituciones y cargos sí están respondiendo a los artistas?

LG: No en lo fundamental. Son instituciones y cargos que andan comprometidos con un sistema, que no quieren admitir la reflexión. ¡Si esa es precisamente la función del arte, proponer y reflexionar! No atienden razones que no son de destrucción sino de construcción. Pero ¡Dios mío! ¿Cuándo van a entender que los artistas no quieren destruir sino construir? Que no es en contra de un estado sino en su beneficio. Toda propuesta artística que va más allá de la repetición es marginada. En Medellín la dificultad de una propuesta nueva no es otra que la dificultad que oponen las instituciones. Miremos lo que es la programación cultural que se diseña para los municipios, se les lleva festivales de trova y música guasca, como si en los municipios no existiera la sensibilidad que puede haber en la gran ciudad. Se les subestima.

VP: ¿Cuál es el cuento de “Medellín, ciudad cultural de Colombia”? ¿Tiene piso real? ¿Autoengaño?

LG: No, no. Eso tiene un piso real y es el de que aquí hay un potencial enorme. Pero ocurre que también nos encontramos con la incapacidad para impulsar eso, incapacidad para programar y abrir nuevos espacios. En Bogotá ha aparecido una actividad cultural de alguna importancia que tiene a su favor un gran capital económico, y políticos de rango que hacen los favores dentro de algunas instituciones bien establecidas. Pero Bogotá tampoco es que tenga mucho, sólo 4 ó 5 cosas muy notorias y por supuesto a Colcultura que se gasta la plata en la Sinfónica de Bogotá y no en las sinfónicas del país, en la Biblioteca Nacional y no en las bibliotecas del país.

VP: ¿En ese contexto nacional, qué hace Medellín por sus artistas?

LG: Aquí estamos acabando con los artistas, los estamos agotando.

VP: ¿Se diría que estamos agotando el recurso espiritual no renovable?

LG: Ha sonado la hora de formar gente para la administración cultural. Gente con tres elementos indispensables. Vocación, pasión y sensibilidad.

VP: De todos modos la crisis cultural está inmersa en la crisis global del país…

LG: Pero es que la crisis de Colombia no es una crisis económica, la crisis es cultural, una crisis de valores, crisis de sensibilidad. No se ha entendido eso.

VP: Ahora se buscan soluciones urgentes, de mano fuerte y rápida. Pensemos en Carlos Arniches que hablaba de una única solución a largo plazo para acabar con el espíritu de la barbarie: educar al hombre, ennoblecerlo, ahogar al monstruo en la cuna a punta de libros, de cultura. ¿Suena a disparate?

LG: Aquí no se ha explotado en forma el recurso humano del paisa. No se ha sabido orientar la ambición paisa, que es material, pero un paisa que también es rico en su modo espiritual, un paisa generoso y creativo y amable y abierto. Al estado se le olvidó que el hombre es espíritu, que el hombre esencialmente funciona y opera por su espiritualidad, que lo otro es un problema de subsistencia.

Hombres importantes

VP: ¿Y la empresa privada se ha comprometido socialmente?

LG: No, y es porque no ha entendido que eso le repercute positivamente en la productividad. Un obrero que pueda recrearse con el arte tiene que ser más sublime y más bueno.

VP: ¿Pero qué le puede reportar a una empresa que produce, venga el caso, hierro o textiles, la preocupación por la cultura?

LG: He ahí todo el objeto de nuestra pelea: Un hombre que tenga la posibilidad de recrearse con conciencia sobre sus valores, sobre el espacio que habita, con reflexión creativa, va a ser un hombre más productivo en el mejor sentido de la palabra. Japón lo entendió y los resultados ya los conocemos. Quiero insistir en que el problema todo es de educación. Veamos que nuestro curriculum no contiene ningún área de sensibilización. Esta es una sociedad de hombres importantes pero no de hombres felices.

VP: Puede que estúpidamente felices.

LG: Puede. Yo critico a las instituciones y empresas, a la clase dirigente, pero es justo decir que a nosotros nos ha faltado fuerza para proponer las cosas, hemos sido muy pusilánimes. Nos ha faltado trazar estrategias, somos muy complacientes.

Mecenas

VP: ¿A dónde aspira llegar?

LG: Muy lejos.

VP: ¿Qué es muy lejos?

LG: Muy lejos es vivir muy contenta, es aportarle a la gente, servirle de apoyo. Hay unos señores que tienen mucha plata y se les llama mecenas y otros que tienen un corazón inmenso y también debería llamárseles mecenas. En ese sentido creo he sido muy generosa y no es por echarme flores. Es otro tipo de mecenazgo, porque donde tuviera plata...

VP: Donde tuviera plata ¿qué?

LG: Pues... ya no tendría porque me la habría gastado con todo el mundo y estaría en las mismas circunstancias de ahora.

VP: ¿Alguna vez en ese zurrungueo de tocar puertas y pedir no le cruza por la cabeza un repentino rayo de vergüenza? ¿No ha llegado a pensar que ello es denigrante?

LG: ¡No! ¿por qué? Yo me divierto mucho.

VP: ¿Es divertido estar implorando auxilios y contribuciones?

LG: Lo que ocurre es que a mí me gusta mucho la gente y en esa tarea me descubro unas personas muy especiales. Muchas veces además no hago esto por optimismo sino por “la pica”, precisamente porque es difícil, porque me digo que hay que demostrarle a muchos. Como algunos no entienden, no quieren, no entienden y no les da la gana, más lo vamos a hacer por “la pica” , los vamos a obligar a que nos piensen, que nos sueñen.

VP: Se habla en Medellín de una generación de promotores culturales que ya jugó su rol y que es la nueva generación a la que le corresponde decirle “adiós y gracias Magaldi”. Usted como representante de esta última, ¿no cree en el rompimiento? ¿Ha faltado coraje?

LG: Esa vieja generación existe y está ahí anquilosada en la nuestra. El problema está en que nosotros le hacemos el juego. Están ahí, por todos lados, nos representan a nivel nacional e internacional, cada uno de ellos posee tentáculos en cinco o seis instituciones. Se empeñan en seguir jugando un papel, a nosotros nos corresponde apartarlos, armar otra cosa, no conciliar.

VP: ¿Hablamos con nombres propios?

LG: Todo el mundo sabe quiénes son.

VP: No importa...

LG: No, no me den cuerda por favor, mejor cambiemos de tema.

Y cambiamos de tema, pero a las siete vueltas volvíamos sobre el mismo. La congoja de tantos años de labios sellados ejerce atracción en el diálogo. Seguía mientras tantos avanzando allí, en la solaz vivienda, el lunes de frío nocturno. Se dicen cosas. Proyecta, sueña, desata su imaginación para que se explaye en los confines de la utopía.

Abajo está la ciudad con su cansancio de luces, todo su esplendor de oscuro, su dormida presencia, su miseria y su grandeza. La ciudad que de tanto odiarla hemos aprendido a amarla.

Y más acá, la mujer que abre sus transparentes y legítimos ojos. “No sería capaz de irme nunca, no me soporto la historia de Colombia sin mí”. Y no hablamos más.