La bella imperfección de Matacandelas
Por: Diego León Giraldo
Si algo distingue a Matacandelas es su descaro al asumir riesgos. Justo cuando sus espectadores creen haber descubierto una estética, una puesta y una manera de contar, Cristóbal Peláez y su tropa nos voltean la historia.
Esa es solo una forma de presentar Las danzas privadas de Jorge Holguín Uribe , el experimental –y esto no es peyorativo sino todo lo contrario– trabajo que se verá hoy en el Gimnasio Moderno.
Holguín, un matemático, profesor, bailarín, coreógrafo, escritor... un artista, fue el motivo de inspiración de esta pieza muy documental, muy sensorial, que más bien parece un montaje de teatro de cámara de esos que les hablan al oído a sus espectadores.
Fallecido en 1989, Holguín Uribe recorrió el mundo y en sus escritos plasmó sus necesidades artísticas, pero sobre todo sus angustias. De eso está compuesta esta obra: los miedos y los dolores que produce el insomnio creativo, los sueños que se convierten en pesadillas y monstruos que persiguen al creador.
Las danzas privadas es distinta a esas piezas expresionistas, cargadas de entonaciones profundas y movimientos exactos a los que nos han tenido acostumbrados los ‘matacandelos’. Aunque es la historia de un coreógrafo y bailarín, justamente en la torpeza de los movimientos que revelan al ser humano más allá del artista, en los desequilibrios, está la belleza que coquetea con el público. Los actores no son ni parecen bailarines, escribió Peláez en un programa de mano, y eso los acerca más a nosotros. La historia del personaje es tan imperfecta como el mismo montaje que pareciera a medio camino pero al que no se le notan las costuras. Una muestra más de la maestría de este, que es uno de los mejores y más serios grupos del país.
Al comienzo, dejarse tocar por la obra puede costar; pero tras abandonarse a los sonidos y los fragmentos poéticos se descubre que la belleza está en dejarse sentir, dejarse perforar por una historia que pretende ser documental pero que trasciende esa frontera para golpearnos profundamente y expulsarnos del teatro con una extraña melancolía.
Fuente: http://bogota.vive.in