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Soliloquio de Orlando Cajamarca

Mientras cae la noche en el patio de Esquina Latina

Por: Cristóbal Peláez
Transcripción: Karen J. Crespo

Orlando Cajamarca de Esquina Latina - Cali

De toda la pléyade de grupos teatrales de vanguardia que surgieron en los años setenta, en la erupción de tentativas estéticas asociadas a rebelión y revolución, son muy pocos los colectivos que lograron trascender y mantener su mástil alzado sobre los abruptos y, casi siempre, imperceptibles cambios sociales. Habían nacido casi de manera espontánea en la brecha misma donde lo rural le abría paso a una urbe palpitante y entraban estrujando con fuerza expresiones delirantes de rock and roll, jipismo y Pop Art, aromatizadas con marihuana y barbitúricos. Janis Joplin y los Rolling Stones servían de banda sonora para leer a Jean Paul Sartre y sufrir alucinaciones juveniles con Easy Rider y La naranja mecánica. El rugido nadaísta había logrado traspasar las montañas antioqueñas para resonar en Bogotá y Cali, sobre todo en Cali, donde provocó mayor entusiasmo a través del Festival Internacional de Arte, impulsado, justamente, por la irrefrenable Fanny Mikey.

Los viejos modos de un teatro naturalista, culto, zarzuelero, fueron tomados por asalto a manos de jóvenes universitarios que se estrenaron confusos y apasionados en una insurrección escénica que trataba de arrastrar lo último que estilaba el mundo: Brecht, teatro de guerrilla y happening; Grotowski, Ionesco.

El más reconocido de los grupos teatrales —aquí y afuera—, era el Teatro Experimental de Cali, TEC, orientado por Enrique Buenaventura. Sin embargo, muy cerca se fundaría el grotowskiano Teatro Esquina Latina, que contó desde sus inicios con la dirección de Orlando Cajamarca. Ahí, 41 años después, obstinado, continúa. Al lado de su estampa de galeno, de sus gestos y palabras que revelan gran experticia teatral, se descubre a un inmejorable e inagotable conversador —nadie cuenta mejor los cuentos que cuenta Orlando—, que se transforma en una especie de sátiro de los bosques —así es su jodida risa… así es su jodida gesticulación—, cuando se pone en la cruel actitud de burlarse de la humanidad.

Director, dramaturgo, pedagogo y gran impulsador del teatro comunitario, Cajamarca ganó la Beca Interamericana de la Excelencia que concede la Inter-American Foundation, por la creación y el desarrollo de su programa de animación teatral Jóvenes, Teatro y Comunidad. Ha sido merecedor, igualmente, del Premio Nacional de Solidaridad, así como del galardón en dramaturgia Alejandro Casona en España, por su ElegíA… Lorca.

En 2013 recibió invitación de Adhemar Bianchi y Ricardo Talento como asesor dramatúrgico y redactor del texto final de Carpa quemada, espectáculo coral con la participación de más de ochenta actores y con el cual el extraordinario Teatro Catalinas Sur del barrio La Boca, Buenos Aires, celebraba sus treinta años de hacer escénico.

Medicina, kétchup y teatro

“Sabía desde muy temprano que quería ser médico porque la Medicina tenía un encanto en la sociedad. Ser médico era ser importante, prestigioso, como decir, tengo todo solucionado. Algunos parientes médicos vivían bien, eran prestigiosos y tenían mujeres bonitas. Fue como un acto de arribismo mío porque recuerdo que en bachillerato no fui muy aplicado en Biología; sí lo fui en Matemáticas, en Historia, en Artes, incluso me fui a Bogotá y pasé en la Distrital a Ingeniería Electrónica, pero no me sentía bien y persistí en la idea de ser médico. Quise orientarme hacía la Psiquiatría, pero el Psicoanálisis me sacó de la Psiquiatría y el teatro me sacó del Psicoanálisis.

Había salido una vez más de Ibagué rumbo a Popayán, decidido a ser médico. Elegí Popayán porque era universitaria, antigua, hermosa, llena de libros, con prestigio de ciudad culta. Pero me quedé en la Universidad del Valle, pues económicamente me resultaba más favorable aprovechando que mi hermana vivía aquí. Y me vino muy bien porque Cali era entonces una ciudad muy bacana; acababan de pasar los Juegos Panamericanos, estaba en su furor el Festival Internacional de Arte, vivía su época dorada el Teatro Experimental de Cali, había un movimiento estudiantil muy sólido, una gran efervescencia de pintores, de poetas, de músicos; el clima, la vida cultural en general. Por aquí también pasaban todos esos orbes que venían del sur, huidos de las dictaduras. La Universidad del Valle se concentraba en San Fernando y esto crepitaba con estudiantes de Humanidades, de Historia, de Filosofía; por toda parte encontrabas tertulia, música, cine, teatro, discusiones políticas y filosóficas. Y yo, pueblerino, estaba emocionado con cuanto acontecía. Era un choque fuerte venir de Ibagué, una ciudad donde ni siquiera había negros, a este hervidero de calor, de trópico, de jipismo, de Che Guevara, de son. Eso me sedujo.

Mi cercanía con las artes era solo a través de la literatura, pues siempre he sido buen lector, y empecé a encontrarme con gente y ahí me fui contaminando de teatro, del Cine Club de Andrés Caicedo, de Poncho Ospina, de Ciudad Solar y todo lo del combo de Hernando Guerrero”.

Medicina, Grotowski y el cuerpo

“Quien me arrastró al teatro fue un personaje muy querido en su época. Un personaje que se perdió porque era un bohemio muy inteligente, muy borgiano, nos manteníamos jugando ajedrez. Nada menos que el hermano de Chepe Santa Cruz, 'caminá Orlando, caminá, que vamos a ver teatro con Luis Fernando Pérez'. Entonces comencé a ver esa vaina y me dije: 'esto del teatro es como chévere'. En una ocasión Pérez me invitó: 'Pues siga hermano y haga ahí lo que se le dé la puta gana'. Me puso a hacer de un cura. Al siguiente año llegó Danilo Tenorio recién venido de Francia, cargado de la onda grotowskiana. Fui afortunado porque te puedo decir que me inauguré viendo teatro con obras como Los papeles del infierno, Soldados, La orgía, A la diestra de Dios Padre, Tupamaros 1783.

Danilo tenía un pulso estético muy fuerte con Enrique, era su contradicción y, de hecho, creó su propio grupo, Grutela, que hizo unas cosas muy importantes, y nosotros éramos como su cuerpo de experimentación. Venía de toda esa idea del cuerpo santificado, del actor puro, con mucha acrobacia y uno se enloquecía en esos salones echando babaza, parándose en las pestañas. Tres o cuatro horas trepábamos por las columnas, saltábamos tres o cuatro metros, se practicaba yoga. Y como la tesis de Grotowski es que para hacer teatro no se necesita sino el cuerpo y un público, entonces nos poníamos una sudadera o una pantaloneta y hacíamos de todo. Comenzamos haciendo obritas de teatro callejero y en los comedores de la Universidad representábamos los famosos panfletos grotowskianos.

Se me fue como instalando el teatro, ¿por qué el teatro?, ¿qué me atrapó del teatro? El descubrimiento del cuerpo. Jugador de ajedrez, lector, intelectual, venido de un pueblo, yo era un cuerpo reprimido, autocastigado. El teatro así se convirtió en un reencuentro con mi corporeidad. Combinaba muy bien eso con mis estudios de medicina”.

Esquina Latina

“Nos movíamos dentro de la sombrilla del TEC, éramos como los reactivos dentro de la misma lógica, porque adyacente transcurría otra tendencia teatral muy sólida en el Instituto Popular de Cultura, IPC, influenciada por el Movimiento Obrero Independiente Revolucionario, MOIR, con sus teatros El Globo y Foro (hoy Cali Teatro), y también habían unos argentinos por ahí. La Universidad del Valle no tenía escuela de teatro aún y nuestro grupo era extracurricular. Digo que era como un riachuelo que corría por todas las dependencias y todo el mundo metía los pies y había unos que nos daba por meter el resto del cuerpo y nos quedábamos zambullendo más tiempo, porque el teatro era de todos, no estaba parcelado para nadie, ahí confluía todo el mundo de todas las carreras, estudiantes de Ingeniería, de Historia, de Filosofía, de Contaduría y, por supuesto, de Medicina.

La Escuela de Teatro de la Universidad del Valle comenzó a gestarse a mediados de los setenta y se consolida hacía los ochenta. Era como un desagravio que le hacía la Universidad a Enrique Buenaventura después de que lo habían echado de Bellas Artes. Danilo Tenorio se incorpora a la Escuela y poco a poco nos va dejando solos. Decidimos continuar en el proceso grupal con el nombre de Esquina Latina. Ahí estábamos Arturo de la Pava, Yolanda Vivas, Lucho Niño, Olmedo Cardozo, Fabiola Aguirre y Jennifer Faimbon.

Para ensayar íbamos de salón en salón, sin mucha estabilidad. Cuando la Universidad ve que tenemos como cierta regularidad, nos abre espacio en uno de los talleres de Arquitectura, corríamos las mesas de dibujo y ahí ensayábamos. Después ganamos más espacio porque el campus universitario se traslada a Ciudad Meléndez y aquí en San Fernando sobraba espacio; hasta le habían entregado un edificio al DANE, que a su vez nos cedió un lugar más amplio.

En el año 78, huérfanos de Danilo Tenorio, como en la penumbra, ahí solos, como pudimos, montamos El Escorial, de Michel de Ghelderode, que fue muy bien recibida por todo el mundo y por la crítica. Vamos al mismo tiempo ganándonos ese edificio que estaba semiabandonado, lo vamos refaccionando, hasta que alcanzamos casi 1.200 metros de área. A todas esas, me gradúo como médico y tomo la decisión de dedicarme de lleno al teatro. Abrimos la sala al público y a la comunidad universitaria con una programación intensa todos los días: ciclos de cine, conferencias, foros, teatro, títeres. De hecho, inauguramos con unas conferencias de Estanislao Zuleta, de quien fuimos muy cercanos”.

Orlando Cajamarca de Esquina Latina

Tensiones y preocupaciones

“Teníamos un subsidio que la universidad nos reconoció. Éramos un híbrido muy interesante porque significábamos una oferta cultural que le resultaba cómoda y barata. Entonces llegó como rector Rodrigo Guerrero, hoy alcalde de Cali, y nos dice: 'mire, a mí me interesa mucho este proyecto, es muy raro, pero es muy interesante, porque así funcionan las universidades gringas; tienen clubes teatrales y deportivos que son espacios con cierta autonomía que les permite facilidad para salir a conseguir recursos, lo hacen a nombre de la universidad, potencian la universidad; me interesa que ustedes hagan ese proceso así porque nos cuesta menos y ustedes están mostrando resultados'.

Eso comenzó a generar tensiones dentro de los ambientes universitarios y académicos; una guerra fría muy fuerte, donde había mucho de celos y envidias.

A la Escuela de Teatro comenzaba a parecerle un poquito raro ese híbrido, porque ya no éramos estudiantes regulares, no éramos trabajadores, no éramos docentes. A pesar de la voluntad del rector, nos fuimos convirtiendo poco a poco como en los hijos naturales. También es que éramos de alguna manera parte de la pulsión estética que Danilo había tenido con Enrique, entonces ahí se daba el contrapunteo Esquina Latina vs. TEC. A todas esas, hicimos piezas de creación propia como El enmaletado, que fue emblemática en su tiempo y Joselito Buscalavida. De Enrique Buenaventura pusimos Se hizo justicia, codirigida con Lars Wallin, un sueco loco muy brechtiano que había estudiado con los mejores del mundo y había venido en una de esas misiones de ayudar al tercer mundo. Se quedó con nosotros como diez años, fue mi maestro.

Recuerdo que también montamos ese excelente texto, Extraviados en el mar, de Sławomir Mrożek, que levantó muchas sospechas y censuras en la izquierda porque se trataba de un autor polaco desertor del stalinismo”.

Jóvenes, teatro y comunidad

“Por el hecho de ser médico logré un proyecto especial de educación en salud haciendo adaptaciones de pequeñas piezas teatrales sobre el tema. Comenzamos a proyectarnos en los barrios, pero notábamos que la gente, más que VER, quería era HACER, entonces nos dimos a formar grupos y ahí arranca el trabajo comunitario. A ese proceso lo llamamos Multiplicadores, que es el que tenemos ahora más depurado. Interveníamos en esos sectores, no con el ánimo de formar artistas, sino, simplemente, de entregar una herramienta de vida, esa poderosa posibilidad gregaria que formulaba el teatro para compartir una práctica y una reflexión donde existan mejores ciudadanos, que accedan a una técnica de creación y goce. Primero fue en los barrios, después nos extendimos a municipios del Valle. Ahora se ha reducido mucho por los recursos.

La profesionalización de los actores de Esquina Latina ha sido un proceso lento. Antes se pensaba que todo lo que fuera gestión, todo lo que sonara a organización, todo lo que generara como disciplina de trabajo en función de una organización, sobre todo de una organización y una articulación económica, era un rezago burgués porque eso correspondía a los modelos empresariales. De alguna manera era mal visto, pero yo desde muy temprano entendía que si no se dignificaba el oficio en la medida en que la gente pudiera tener por lo menos resueltas ciertas condiciones básicas, no era posible, digamos, tener un equipo estable, entonces comenzamos desde finales de los ochenta como a dar un pequeño subsidio, a generar un pequeño estipendio que se logró consolidar más desde el 89 y con más énfasis ya en el 90, donde pudimos tener unos ingresos más sólidos y poder decirle a la gente que tenía un trabajo, que tenía un sueldo, que tenía seguridad social, que tenía un contrato laboral”.

Enrique Buenaventura, infaltablemente

“Mi relación con Enrique Buenaventura siempre fue muy dinámica. Cuando llegué a Cali, ir al TEC era como entrar a un templo sagrado. Ver al maestro pontificando y diciendo cosas era algo muy especial, pero también tuve la suerte de recibir formación con la contraparte, es decir, con Danilo Tenorio. Además, debo confesar que siempre he tenido espíritu parricida, quizás porque mi padre murió desde muy temprano, entonces no tengo una figura paterna elaborada; de ahí que todo aquel que se me asemeja a un padre pues lo tengo que quitar del camino.

Había aprendido de Danilo que Enrique era un personaje muy importante, pero que tenía sus falencias. Danilo era contestatario frente a él, también porque de alguna manera —esto es muy jodido decirlo y no sé cómo lo podrás poner en letras—, Danilo quería el butaco del maestro, ese era su objetivo y se dedicó a eso, a que ese butaco tenía que ser de él. Cuando se dio cuenta de que sí podía, al butaco ya se lo había comido el gorgojo. Había comenzado la crisis del TEC, que tenía que ver con un modelo económico que no era sostenible para ellos; un colapso interno donde entran problemas de poder y porque se derrite la soldadura ideológica que nos mantenía unidos hasta antes de la caída del muro de Berlín, pues nos cobijaba la idea de que hacíamos teatro en función política, que éramos como la quinta columna de un gran cambio que estaba a la vuelta de la esquina. Al romperse, digo, la soldadura ideológica y las condiciones políticas y económicas del canibalismo, capitalismo, se hicieron más evidentes, ese mundo quedó como desnudo. Ese espíritu 'jipoide', mezcla de Beatles y Che Guevara también quedó como diluido (…) Al tiempo, entró con fuerza la televisión que arrastraba a los actores. La misma llegada de la Escuela de Teatro que, de alguna manera, le posibilitó a Enrique y al TEC una fuente económica, también desplazó el eje creativo hacia la universidad, pero no lo llevó a que allá eso se volviera un centro de investigación, sino, simplemente, la manera de jubilarse (…) Todo ese revoltijo hace que haya una crisis y el TEC se quede, se vaya diluyendo, y Danilo pierde vigencia porque la silla que pensaba recoger ya no existía.

En Esquina Latina fuimos muy cercanos a Enrique; fue muy generoso con nosotros. Ya te dije que cuando hicimos El escorial, él lo aplaude, nos elogia, nos diseña el afiche, nos escribe un poema y nos echa una bendición; y vos sabés que una bendición de Enrique era como una bendición de Dios. Fui muy cercano al TEC y me vuelvo casi de la familia, un incesto rarísimo. Los fines de semana me iba a tomar trago con Enrique, me adoptaba un poco, me enseñaba, me leía textos, me da su pieza Se hizo justicia y dice entusiasmado que por primera vez ve una obra bretchiana”.

Fotos de Orlando Cajamarca

Estanislao Zuleta

“Ya te dije que me gradué como médico cirujano, pero la idea era especializarme en Psiquiatría, pues es algo que viene un poco en la línea del teatro. Había llegado a la universidad el español Francisco Jarauta, que trajo las tesis del estructuralismo psicoanalítico; con Arturo de la Pava, que hoy es un psicoanalista muy reputado en Bogotá, comenzamos a darle una orientación a Esquina Latina, a tener un centro de estudio psicoanalítico. En ese momento llegó Zuleta a Cali como profesor y fue una cosa refrescante, porque sus conceptos psicoanalíticos los manejaba con maestría, es decir, para mí, maestro es el que es capaz de hacer que lo complejo se vuelva elemental en el sentido etimológico: hacer ver los elementos que contiene un fenómeno, volverlo sencillo, volverlo más tranquilo. Otra virtud es que mezclaba el pensar psicoanalítico con la política y con la cultura, entonces comienza a crearnos una nueva visión. Frecuentábamos sus talleres del Centro Psicoanalítico Sigmund Freud, un lugar allá arriba en la montaña. Él fumaba todo el tiempo sus mentolados. Improvisaba. Nunca llevaba una conferencia escrita y yo no sé cómo hacía pero citaba de memoria como si tuviera conexión con una biblioteca online. Comenzaba a hablar con esa manera suya y se le dejaban caer parlamentos enteros de Shakespeare, fragmentos, poemas, diálogos… citaba, pero no era una cosa académica, su sentido del humor era formidable”.

Amar el teatro

“Las décadas del setenta y del ochenta tenían una particularidad: una fuerte pulsión sobre lo emotivo y lo vocacional. El teatro fundamentalmente era una vocación. En las últimas décadas se convierte en una profesión (…) la gente hacía teatro sin que nadie lo acreditara; ahora se vuelve muy importante la acreditación y esta da elementos porque la academia es importante (…) pero no creo que la academia ni la teoría deba orientar el trabajo; es para analizar el trabajo, para nutrirse, para que dé cuenta, mas no para que sea la que lo conduzca; entonces lo que ha pasado en los últimos tiempos es que la gente comienza a hacer más un teatro por tendencia, por aquello que se mueve en el mundo; no lo que me gustaría hacer porque me nace. Ahí se queda todo en dos modalidades, una a la que nos resistimos todo el tiempo y es que la tendencia nos la marque el comercio, lo que más se venda. La otra es hacer aquello que pueda lograr el aplauso por la crítica especializada o por ciertos zares del teatro. Hace treinta años la academia leía el teatro, lo leía y le hacía producciones al teatro y sentía que cumplía el papel de unos lectores especializados, entonces le devolvían al teatro y el teatro veía qué cogía y avanzaba.

Lo que ha pasado en los últimos tiempos es que se ha desplazado el objeto; la gente no comienza a hacer teatro para ver cómo es que puede llegarle a la gente, sino para ver dónde va a recibir bendiciones; y resulta que el que da las bendiciones es como un corredor donde están ubicados ciertos especialistas. Hacerle el teatro a los especialistas y no al público. Recibir una buena bendición para ser invitado a un festival especial o para ser reconocido en un artículo de prensa”.

El neonaturalismo

“Nosotros somos una generación que nunca atravesó el naturalismo, caímos de bruces al escenario a pleno realismo brechtiano. Dentro de las muchas tendencias del teatro contemporáneo, hay una cosa muy interesante hoy en Colombia: muchachos que han abierto una compuerta para mirar hacia atrás, para ir hacia al naturalismo, revalorizarlo, mirar qué cosa puede ser aprovechable en esta contemporaneidad, que es un poco lo que está ocurriendo con La Maldita Vanidad y Exilia2, de Bogotá. Son las leyes del naturalismo puestas, nosotros no las practicábamos porque esas cosas estaban prohibidas y ellos las hacen, las reinstalan y yo me quedo con eso porque tienen la perceptiva clásica (…) son obras que si duran sesenta minutos, muestran todo lo que sucede en esos sesenta minutos; tiene la lógica naturalista del libro, o sea, que hay que hacerlo en tiempo real, en espacios reales.

De todos modos, a mí me sigue gustando más la teatralidad de la insinuación, lo artesanal, jugar con la sinécdoque. El realismo es más potente porque, si bien trabaja el conflicto de realidad, usa la parte por el todo, el naturalismo no muestra la parte por el todo, si va a mostrar la cocina, muestra es la cocina al cien; y el realismo dice: basta con un cuchillo y una cacerola, esa es la cocina. El resto es trabajo del espectador.

De ese neonaturalismo me gusta que hay relato, me gusta sentir que entiendo, que me involucra. El principal problema de la contemporaneidad es que se ha desplazado mucho el objeto, es decir, pierde su conexión con el público. Repito: se trabaja para unos voyeristas que están en lo alto y que son quienes definen, que terminan dando o no la bendición”.

Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba hacia su casa soñando despierta...

“Este oficio es de minorías, lo cual no quiere decir que sea de élites. Definitivamente los tiempos modernos han impuesto otros lenguajes que son más efectivos, de mayor resonancia, como el cine y la televisión. Aspiraría a una minoría creciente, y siempre hago cuentas y me digo: no me interesan las masas para el teatro; minorías hay en toda la pirámide social, la sensibilidad por la belleza, en el mejor sentido de la palabra, está en todos, y a veces está más deformado en los altos sectores, y pienso: si la ciudad de Cali tiene 2,5 millones de habitantes y nosotros logramos que el 5% de la población de Cali venga por lo menos una vez a ver los espectáculos, ¡cómo sería la oferta teatral de la ciudad! Estaríamos hablando de ciento veinticinco mil personas, nosotros tenemos una sala para ochenta espectadores, es decir, nosotros con diez mil espectadores al año tendríamos la sala llena en la temporada, quedarían los ciento cinco mil para el resto de los teatros. Con diez mil personas que me paguen $20.000 tengo casi doscientos millones de pesos de taquilla y doscientos millones de pesos de taquilla me financiarían una parte importante del año”.

¿Si por La Quinta vas pasando, es mi Cali bella que vas atravesando…?

“Esta sociedad vallecaucana es agroindustrial y eso arrastra todavía mucha pulsión feudal, sobre todo la industria cañera que es una clase miserable; ellos creen que con permitirnos respirar y caminar por el Valle, ya es una gran concesión. El concepto de responsabilidad social lo manejan a su antojo, un ambiente feudal donde antes apoyaban un poquito la cultura, porque era lo que hacían las señoras para traer a sus maridos después de las largas jornadas de trabajo; ahora eso lo hacen en Miami, pues cogen un avión y se van. El otro factor es que el narcotráfico aquí tuvo una cosa perversa, nos lo quisieron vender como de buenos y la clase dirigente se embadurnó. Los Rodríguez eran considerados los buenos y la gente no tuvo ningún problema en lamer. El enredo con el deporte, con la gran industria, con las grandes empresas fue muy fuerte y esta cultura del narcotráfico es una cultura del desecho, del consumo, de la banalidad, que echó fuertes raíces en la ciudad, la dejó muy lesionada. Me dirán que también en Medellín, pero allá de alguna manera tuvieron cierta precaución (…) los de acá le daban plata a los políticos, los aceitaron, y desestabilizaron toda la clase política y lo que hay hoy es una atomización de microempresas electorales; eso es de todo el país, pero aquí mucho más”.

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Foto de Orlando

Me gusta mi gente, mis amigos, mis hijas, mi mujer y una que otra mujer del prójimo.

Me gusta la política, la economía, la filosofía, la astronomía, el tao, el taichí, la física cuántica y los Rolling Stones.

Me gusta mirarme al espejo, especialmente cuando estoy ebrio, no importa el químico ni el extravío.

Me gusta bailar, saltar, reír, perturbar y más...

Me gusta cantar, conversar, delirar, especular y conjugar verbos terminados en “ar”, menos rezar.

Me gusta el silencio, la soledad, la tristeza pasajera, el verso oportuno, el comentario atinado, el libro abierto.

Me gustan las trochas, los caminos polvorientos y los anegados, me gusta ensuciarme las botas.

Me gustan los héroes mitológicos, los personajes shakesperianos, las tiras cómicas, Borges y los poemas cursis de Mario Benedetti.

Me gusta ver, oler y disfrutar el “cocinao” de mi casa.

Me gustan los hijos de mis amigos y sus hijas también.

Me gusta comer con la mano y chuparme los dedos.

Me gusta la comida de mar, la comida mexicana, el chile, el tequila y el 'pescao' con patacón 'pisao'.

Me gusta la salsa en todas sus presentaciones.

Me gusta eructar, rascarme el trasero, sacarme mocos, cagarme de la risa.

Me gustan Manzanero, Los Beatles, Cat Stevens, Sabina, Serrat, Nino Bravo, Michael Jackson, Mozart, Bach y la Sonora Matancera.

Me gusta la navidad, la natilla, los regalos y…levantarme tarde como los reyes vagos.

Me gusta felicitar a los actores y dejarme seducir por el buen teatro.

Me gustan las frutas, las verduras y las maduras también.

Me gusta el café caliente, el vino, el whisky, la bareta, los habanos y la resaca de las penas de amor.


No me gustan las esperas de aeropuerto, ni de las citas de amor.

No me gustan los museos, los velorios, ni las artesanías.

No me gusta comprar regalos, ni llevar cartas ni encomiendas.

No me gusta cuidar niños ajenos, salvo si me interesa la mamá.

No me gustan las brutas, ni las bonitas.

No me gusta Joyce, Becket, ni los joysomanos, ni los becketianos; prefiero a los clásicos, a Bertolt Brecht, a Cantinflas y a los hermanos Marx —Groucho, Chico, Harpo y Carlitos—.

No me gustan los posmodernos, ni los posdramáticos, prefiero el posconflicto y el pos dejémoslo así.

No me gustan los malditos poetas, prefiero a los poetas malditos.

No me gusta dios, y mucho menos con mayúscula.

No me gustan las barbies ni tampoco las cuchibarbies.

No me gusta la paz de los guerreros, ni la guerra por la paz.

No me gusta la tolerancia de los intolerantes.

No me gustan las vanguardias, prefiero la retaguardia.

No me gustan los actores que manotean ni las actrices que se menean.

No me gustan las competencias, ni las prepotencias.

No me gusta celebrar cumpleaños ni cantar en inglés.

No me gusta que me pregunten al salir del teatro ¿cómo te pareció?

No me gusta la bulla.

No me gusta la ahuyama, ni la bandeja paisa (las paisas, sí).

No me gustan los perros, los gatos, ni las mascotas en la casa, con mi lombriz intestinal me basta.

No me gustan los pastores, ni los curas; los banqueros; los dueños de bares, de prostíbulos, de casas de apuestas, de prenderías, de casinos; ni mucho menos los vendedores del placer en gramos.

No me gustan los políticos ni los apolíticos.

No me gustan los platos típicos, ni los menjurjes afrodisíacos.

No me gusta comer con música bailable, ni en lugares bulliciosos.

No me gusta la música estilizada, el reggaetón, la música cristiana, las canciones de despecho, ni Julio Iglesias, ni Frank Sinatra.

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Entrevista tomada de la edición No. 33 del periódico de Medellín en Escena