Conversando con Juan Álvaro Romero
Escribo y subo a un escenario a quemar fantasmas
Por Cristóbal Peláez González
Publicado en el periódico de la Asociación de Salas de Artes Escénicas de Medellín. Edición n.° 71 - Agosto de 2021
NIÑO: Sueños entonces somos…no nos dejemos despertar.
NIÑA: Un permiso profesor nos retiramos cinco minutos antes de que se acabe
la clase, antes de que se nos acabe la vida.
NIÑO: Tenemos una ciudad entera por soñar.
(Clóset)

Criado en Manrique pero nacido en Santa Bárbara, Antioquia, «tierra de mangos y de dramaturgos, coterráneo de José Manuel Freidel» —ríe ufano—, cree inventariar ya como unas setenta dramaturgias y hay que añadirle sus direcciones de puestas en escena y las veces que ha participado como actor en sus propias escrituras porque —reconoce de nuevo ufano—: «Nunca he dirigido o actuado en obras teatrales que no sean mías».
No es hedonismo, es una compulsión literaria e histriónica que lo empuja hasta el escenario para proyectarse con sus entrañas hasta el público. Son ganas de decir y de representar, es perrenque, es «desafore», es amor por la gente.
Adolescente delgadísimo de tanto engullir chitos y patear balones, descendió un día desde la barriada hasta la central calle Pichincha buscando fundamentación en la escuela del Teatro Popular de Medellín y en un pronto correr de los años se convirtió en su coordinador académico y un poco más luego en su director y dramaturgo.
Una tarde cualquiera, consideró que había llegado el momento de fundar su propia tropa y agrupó a su pandilla de púberes con el nombre de Ziruma, que en lenguaje wayúu significa 'cielo'.
En su visión del teatro todo se entremezcla, hay vecindad entre la estética y el fútbol, la gallada y la tienda, la celebración y el drama. Lo suyo no es la farándula ni el lustre. No encuentra distancia entre la emoción que se siente ante el aplauso de un gol o una buena atajada y el arrebato ante un aplauso escénico.
En todas sus representaciones se percibe un aire fresco, juvenil, una sensación de lo inacabado y en progresión, lo cual le confiere la atractiva vivacidad del teatro popular.
Constantes en su iconografía son las puertas, los zapatos, la tierra, elementos con los cuales construye paisajes en los que siempre está el desplazamiento, la huida, el peligro, los muertos: «Muchas obras se miden en risas, la mías se miden en llantos».
El vistazo desde la reclinada carrera 39 del sector San Miguel, Villa Hermosa, nos muestra en contrapicado, hacia firmamento y nubes, la casa Ziruma, espacio que durante tantos años la muchachada batalló y sufrió para hacerla de la Corporación. Ahora es un hecho gracias a la Ley del Espectáculo Público que compensa con justicia un dominio comunitario en la periferia.
Jolgorio y creación aparte, el inmueble tiene su historia, fue vivienda familiar, fue asilo, fue, en una noche de terror, al peor estilo Discovery Investigation, el lugar de un sangriento fratricidio, que conmovió a la zona, haciendo que durante años el vecindario cruzara santiguándose y jurando nunca entrar al sitio.
Perseverancia y goce creativo han logrado romper el espanto, ahora es un lugar de talleres creativos, de voces, de cuerpos danzantes en el aire que han puesto a recular a todos los espectros. Ante el goce escénico el barrio se olvidó del miedo.

Antecedentes
Mi papá fue de los primeros que empezó a construir en Manrique Las Esmeraldas; allí puso tienda granero y a me gustaba mucho porque, aparte de la posibilidad de «cajoniar» un poquito, podía «mecatiar» mucho, porque la comida normal no me pasaba. A hurtadillas abría candados en las noches, me tapaba con una cobija y hágale a comer chitos y chucherías, riquísimo. Esta flacura mía creo que es de haberme alimentado con tanto chito.
Empecé haciendo teatro en el barrio, tendría diez años, afiebrado por el fútbol, futbolista en potencia, lo hacía bien de delantero o de portero. Y de pronto un día llegaron unos magos, una gente de la Universidad de Antioquia, que tenían proyección en las comunidades y nos ofrecieron la oportunidad de entrar a hacer artes con teatro, danza, música. Me decidí por la parte del teatro como por molestar, ahí, como por mirar que se ponía a hacer uno aparte del fútbol y eso me fue agarrando a traición de la manera más tremenda. Cambié goles por aplausos. Se formó un grupo de teatro de corte universitario, panfletario, textos de protesta estilo La cantata de Santa María de Iquique, protestábamos por la subida del transporte, por la injusticia social, por lo que fuera. Quedé enganchado.
Soñaba hacer un teatro en el barrio, sentía que los teatros siempre estaban muy lejanos por allá en el centro. Convocaba a los amiguitos de la zona, creábamos obras y las presentábamos en diferentes casas cobrando la entrada. Entonces esa primera instancia de tener un teatro en el barrio, un teatro en casa, siempre me taladró muchísimo.
No disparen somos jóvenes
Me tocó una época muy dura en el barrio Manrique cuando ser joven era un pecado, cuando pararte en una esquina era una afición de muerte. Empecé a escribir teatro a eso de los quince años más o menos porque me entró una depresión tremenda ante la pérdida de los compañeros. Me enfermé en cantidades, mis padres, para protegerme, me mandaban a finales de año para pueblos, casi siempre para Segovia, porque los diciembres eran calientes y era el momento de hacer el inventario de pérdidas y ausencias de los jóvenes. Entre noviembre y enero era el montón de pelados que mataban en las esquinas. Retornaba en enero y hacía el listado de parceritos que habían muerto. ¿Cómo poder soportar esa parte depresiva, esa parte de dolor y de angustia? Escribiendo. En mi primera obra, Un hombre caído, retaba a la muerte a un partido de fútbol, a ver quién marcaba más goles. Fue juntar dos pasiones, el teatro y el fútbol. Ahí noté que escribir era una terapia mucho más efectiva contra la depresión que aquella que me hacían en el hospital. Desde ahí ya no paré, fue mi mejor tratamiento.
Teatro Popular de Medellín
A los dieciséis años llegué a estudiar teatro en la escuela del TPM. Difícil, porque debía combinar ese aprendizaje con mi carrera y tenía que trabajar también, pero me apliqué, de alumno pasé a ser coordinador académico y de paso me enganché al grupo artístico y fui además su director durante cinco años, un reto muy grande para un tipo tan joven dirigiendo a un equipo con tanta trayectoria. Me estrené con Ciudad proyecto, dramaturgia que recibió premio local y además obtuvo beca para puesta en escena. La encarretada todos aquellos años es inolvidable.
El derecho a gritar
Alternaba teatro y Trabajo Social, eso fue una experiencia grandísima. Me contrataron del Hospital Mental para aplicar el arte como una forma de intervención, eso decía el contrato. Me sentía el hombre más afortunado del mundo. Allá estuve tres o cuatro años, visitamos alrededor de cuarenta y nueve municipios afectados por la violencia. Mis talleres eran supremamente diferentes a la teoría. ¿Qué hace uno con un montón de abuelos que han perdido a sus seres queridos? Me parece una tontería empezar a hablarles del estrés postraumático, no, llegábamos a realizar talleres bien locos, los invitábamos a danzar las penas con tambores, narración oral, representaciones. Al principio se mostraban remisos, poco a poco se iban soltando y había que verlos en el transcurso bailando y llorando. Creo que la teatralidad no está solo para nosotros que la hacemos de manera profesional, el teatro pertenece a la gente y es lícito que sea utilizable para hacer catarsis. Igual me pasaba con los niños. Tenaz decirle a un niño que le había tocado presenciar una masacre, por ejemplo, que dramatizara desde su experiencia. Se convertían en sesiones de desahogo, de gritos, de hijueputazos.

Vigía del Viento
En el año 2000, en Vigía del Fuerte, en el contexto de tomas guerrilleras y paramilitares, nos reunimos, pasados apenas tres días de los combates, con pelados que se habían quedado encerrados por allá en el último piso de un salón de clases, agazapados, viendo como pasaban los disparos de un lado para el otro. Allí todo lleno de casquetes de balas por el piso y nosotros tratando de ritualizar esos mismos casquetes, elaborando duelos, los coloreábamos, hacíamos floreros, los poníamos en situación de teatro para sacarlos de su simple categoría de objetos y elevarlos a lo simbólico. Esa es la maravillosa intermediación del arte teatral.
Si la materia prima del teatro es el dolor, en este país nunca nos vamos a quedar varados. Para mí fue una fuente de investigación poderosa que me llenó de historias, disparadores para escribir. De esas experiencias me brotaron alrededor de cinco obras: Ártiga, Vigía del viento, La pared, Soledades y Tierra de hadas.
No obstante, yo no tengo formación académica en el teatro, pues mi padre no me colaboró para ello: «Álvaro, yo no te voy a dar estudio a vos de teatro, estudiá algo diferente porque como payasito no te vas a ganar la vida». Todo lo que he vivido son experiencias en grupos, con eso me he mantenido. Mi formación teatral la complementé con mi formación de Trabajo Social —fármaco dependencia, alcoholismo, educador comunitario—, quiero decir, soy hombre de teatro, pero aplico lo social para el escenario.
«Creo que la teatralidad no está solo para nosotros que la hacemos de manera profesional, el teatro pertenece a la gente y es lícito que sea utilizable para hacer catarsis».
Adiós y gracias TPM
Salí después de veinte años del TPM y monté rancho aparte. Busqué casa en Manrique, imposible, ¿quién le da en alquiler una casa a unos muchachos de barrio? Nos agrupamos como Ziruma y mientras tanto lográbamos el apoyo del TPM con su sala alterna. Al barrio Villa Hermosa llegamos por fin en el 2008.
Cuando alquilamos esta casa, no teníamos nada, trajimos una puerta —que nos ha servido para varios montajes—, una vasija de barro, una greca y listo, eso apenas para una casona tan grande.
Ziruma, camino al cielo
Fue muy bonito como nació Ziruma. Brota de un suceso social. Boris Kleiner, actor y socio del TPM, que también era docente de un colegio muy pobre de la comuna 8, nos animó a que montáramos bajo su dirección una obra con el semillero. Se trataba de tomar la calle y recoger regalos para alegrarles la navidad a esos muchachitos de su colegio. En esas, Boris perdió la vida en un accidente de moto y el proyecto quedó a la deriva. Ante una idea tan noble, yo, como coordinador académico, decidí echarme la misión al hombro y así fue que montamos una historia de Navidad para cumplirle el anhelo a este hombre. Reunimos alrededor de quinientos juguetes, repartimos natilla y buñuelos. Ahí nació Ziruma, en ese entorno de barrio y de fiesta popular.
Escribir y escribir y escribir
Estoy por estos días en un promedio de dos, tres obras por año. Antes era más prolífico porque me solicitaban escritura de muchas partes, que una obra para peranito, que otra para sutanito, otra para esta institución, mucha parte de toda esa escritura de encargo termina en la papelera, otra trasciende, uno se enamora de ella, es el caso, entre otras, de Clóset, un pedido con el tema de la población LGBTI, que luego retomo en temporada y se convierte, qué lo iba a saber, en la obra más taquillera de Ziruma. Lleva diez años en cartelera.
Ciudad Proyecto
Creo que puede ser la obra más veces llevada a escena a nivel de Antioquia. Es impresionante el montón de versiones que se dan y es, por supuesto, de las obras que yo más amo y que ahora como actor veterano, porque ya estoy montado en el quinto piso, es como un mirar al pasado. Ahí hago el personaje del joven Tuco y le di ese enfoque de pronto de que podamos los viejitos actuar en Ciudad Proyecto, entonces es una obra que siempre se contextualiza, y que se sigue montando en muchas partes.
Como actor me la gozo, los muchachos a veces me dicen que me sobreactúo, reconozco que me apasiono demasiado y lo entrego todo, ahí vuelve uno a ser ese pelado que muere por allá en los noventa, y ahora es un fantasma que recorre las calles, es una terapia donde termino con los zapatos colgados a un cable de energía y el personaje sosteniéndolos, hago catarsis en ese puto escenario y me da por llorar pegado a esos putos tenis y claro a veces hasta el texto se me va, un monólogo que se me cuelga como se me cuelgan los zapatos, tenaz porque es un recorrido por esa memoria emocional de tantos muchachos muertos.
HERMANA: ¿Qué llevas en la maleta?
MANUELA: Solo zapatos, ¿por qué? ¿Muy raro?
HERMANA: No deberíamos llevar tantos zapatos.
MANUELA: ¿Con qué te vas a desplazar si no tienes
muchos zapatos?
(Ártiga)
Alquimia
Tuve que aprender a madurar los dolores para que se convirtieran en obras de teatro, una escritura que es la alquimia del llanto físico. La escritura es la mejor droga contra mi depresión. Lo transversal en mi obra es un Medellín de dolor, porque nuestras raíces están en El pelaíto que no duró nada, en No nacimos pá semilla, en No futuro. Ver un Ártiga es ver una esperanza al final del camino, un pueblo que se hace invisible ante el paso de la guerra, un pueblo que es capaz de asumir esa invisibilidad para que los visibles no lleguen y destruyan todo lo que ellos puedan tener.
Grupo
Escribir, dirigir, actuar; en el grupo le toca a uno hacer de todo. También administrar, gestionar, hacer pedagogía. Eso lo comprenden bien quienes se integran. Es reforzar el sentido de pertenencia y lo colectivo. Confieso que se hace necesario delegar más. Es mucho el tiempo que uno se pasa al pie del computador mandando proyectos o rindiendo informes en desmedro del acto creativo.
Esto aquí es una gallada grande, somos treinta personas, veinte de ellas en el grupo artístico. También tenemos semillero. Chicos que están aquí desde los ocho años en formación, es una locura verlos actuando.
Zirumarte
Llegamos al barrio con la intención de que este fuera un espacio solo para montar obras de teatro, nunca pensamos en que fuera a convertirse en una sala de representaciones. Fue la comunidad la que empezó a empujarnos, a querer ver obras de teatro en el espacio. Y un día vino a visitarnos Jaiver Jurado y nos regañó: «¡Pero, güevón, si aquí tenés una sala de teatro!». Y empezó a animarnos: «Tumbás este muro y este otro muro y aquello allá y tenés una sala». Tal hicimos.
A la comunidad también le comimos bomba con Zirumarte, una fiesta que realizamos cada mes desde las tres de la tarde hasta bien entrada la noche y que ya se volvió infaltable. Cerramos la calle y hacemos cosas de danza, música, teatro y títeres, volvemos esto una fiesta donde grandes y chicos conviven en el gozo de vivir.
Ahí aprovechamos para decirles a cuatrocientas personas: vengan a ver las obras a nuestra sala. Creo que eso es formación de públicos, creo que se está impactando en la comunidad.
Memoria barrial, escribir con el cuerpo
Hay otro programa que nos enlaza mucho con el barrio, Memoria Barrial, así se llama nuestro taller de dramaturgia en el que los pelados crean obras y se les brinda la posibilidad de presentarlas al público en nuestra sala. Este año ya han montado una, Crisálida, todo se transforma, es una cosa brutal surgida a partir del entorno, de su vida diaria, de sus hogares, a partir de lo que ven en un proceso que va de la observación a la imagen, de la imagen al imaginario y del imaginario a la indagatoria.
Frescas, juveniles, con su carga dramática. En mis talleres de escritura los muchachos se asustan porque lo primero que les digo es que vengan en ropa de trabajo. ¿Cómo así? ¿Un taller de dramaturgia con ropa de trabajo? Sí, muchachos, lo primero que tenemos que empezar a explorar es lo sensorial, involucrar los sentidos en el otro, en lo otro, en mí.
¿Cuántas historias pueden salir?
Los pongo en muchas situaciones prácticas, yo lo llamo «elementos sensoriales», ejercicios desde los sentidos, desde lo situacional, el umbral de la escritura y la construcción de historias.
HOMBRE: Los ojos del hombre se han acostumbrado a la pálida luz de las velas, y no pueden contemplar la luz del sol.
MUJER: No te faltarán las velas en tu funeral, te aseguro que serán más grandes que las que han adornado las tortas de todos tus cumpleaños.
HOMBRE: Con una me basta para saber dónde queda la salida de emergencia.
MUJER: ¿No escuchas esa voz?
HOMBRE: Es la voz de mí madre.
VOZ EN OFF: Arréglese mijo, mire que va a llegar tarde a su velorio".
(Los gatos en el tejado)
Clóset
Me preguntaban en estos días por qué Clóset, sobre la población LGBTI, se ha convertido en una de las obras más representativas en Medellín. Creo que la respuesta es que en ningún momento la gente a la que se refiere el tema al ver la obra se siente víctima. Los personajes son propositivos. Hemos tenido experiencias con muchos pelados y peladas que me han llamado y me han dicho después de asistir a la obra: «Voy a salir del clóset, voy a enfrentar a mi familia».
Y otro tanto nos ha llegado a ocurrir con Itinerancias, que es una obra de no agresión a la mujer, donde hay mujeres que salen de la obra y manifiestan: «No me voy a callar más», o: «Yo voy a reaccionar ante lo que me está ocurriendo». El punto de partida de Los gatos en el tejado es la terrible Operación Orión.
Dolores que incitan al reconocimiento, transformables, tramitables. Por eso hablo de observación, imaginario, indagatoria. Un dolor que se ritualiza a través de la representación.
Y como es juego, como es propositivo, los jóvenes vienen y se antojan de teatro: «Yo quiero». Por ello siempre hay esa cantera tan juvenil.
En Memoria Barrial se trabaja desde los problemas cotidianos y llega de todo hasta el punto de que la sesión de dramaturgia puede transformarse en una sesión de sicología, de autoanálisis.

Gato por trueque
Aquí una entrada tiene un valor de cinco mil pesos, pero no permitimos que la gente, por no tener esos pesos, se quede por fuera de función, porque sabemos que cruzando la calle ya es estrato uno, parece mentira, pero hay gente que no tiene para pagar una entrada. Por eso aplicamos el trueque. Llegan a pagar la entrada con una libra de sal, con un rollo de papel higiénico, con un libro. La otra noche vinieron dos niños, uno tenía una esponjilla Bon Bril y el otro no tenía nada, pues el chico parte en dos la esponjilla para entrar por mitades: «Tome, papá, ahí están las dos entradas». El taquillero me mira y me dice: «¡Pero mirá a estos!», y yo le digo: «¡Pues que entren!, ¡están "truequiando!" ja, ja, ja, ja». ¿Qué hace uno ahí?
Otra fue que vino un combo y traían un racimo de bananos y entraron como veinte, cada uno ponía un plátano.
Y si usted no tiene plata y tampoco trajo nada… pues… ¿qué le digo?: «¡Entre pues!».
Y está la jovencita que un día entregó un gatico para pagar entrada. Lo bautizamos Zirulo.
BUFÓN: Oiga, pelaos, esa pared no se puede rayar.
ROSA: Los grafitis deben pertenecer al pasado de la ciudad.
TUCO: ¿Quién lo dice?
VIOLETA: Ellos, los de la otra ciudad. Los de la ciudad olvidada.
(Ciudad proyecto)
A veces regresan los fantasmas
A veces vuelve la depresión, pero no hay necesidad ya de droga. ¡Qué más droga que escribir!
A veces hay momentos difíciles, pero he aprendido a no dejar afectar la escritura por los derrumbes. Tengo momentos difíciles de la intimidad, de la soledad y hay ciertas locuras en las que te ves débil, pero creo que yo ya no me maté, Cristo, yo ya no me maté ja, ja, ja, ja.
Todo lo que me llega lo camuflo, nadie nunca se imagina lo que se camufla.
Y ahora tengo a Thomas, mi hijo de siete años, que es la razón de mi vida.