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- Proyecto Ganador de la Convocatoria de Estímulos PL y PP Cultura 2019
- Proyecto Ganador de la Convocatoria: Beca de Creación Teatral 2019 - Programa Nacional de Estímulos. Ministerio de Cultura
- Antínoo y Adriano - La constelación del Quinto Imperio - Por: Diana Acosta Rippe
- Lo sonoro en Antínoo - Por Juan David Correa
“Entonces se levanta un poco, mirando a su amante, que ahora solo ama lo que nadie sabe. Apenas viendo lo que tanto contempla, recorre con sus fríos labios el cuerpo amado. Ay! Ay, hielo-insensibles que son sus labios que apenas le sabe a muerte el cadáver del niño amado, y es como si los dos estuvieran muertos o estuvieran vivos y el amor fuese aún presencia y el móvil. Y de repente posa sus labios en la fría pereza de los otros labios.”
Fernando Pessoa
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“Los poetas no tienen biografía, su obra es su biografía” diría Octavio Paz en su texto El desconocido de sí mismo, basado en Fernando Pessoa. Cuando hablamos de la vida de Fernando Pessoa, pareciera no hacérsele justicia a las múltiples existencias que en él convivieron. El 13 de junio de 1888, en la ciudad de Lisboa, (bajo el signo solar de Géminis, información importante en su propia Carta Astral) nació Fernando Antonio Nogueira Pessoa, el poeta con el que se gestó (a lo largo de su vida plural) una galaxia de personalidades que lo poblaron en su carácter infinito. Desde su infancia percibió la aparición de distintas personalidades poéticas que lo acompañaron no sólo en su vida sino también en su creación, hoy legado perpetuo que continúa estudiándose como si se tratase de contar estrellas en su baúl de palabras. Pessoa es (así, en presente simple) un misterioso territorio de varios, pues aún pervive en su obra que continúa siendo visitada y re-visitada como toda naturaleza pessoana. Fernando Pessoa murió en Lisboa el 30 de noviembre de 1935 pero no murieron con él sus heterónimos.
No en vano dicen que Odiseo fue el fundador de Lisboa tras su victoria sobre Troya, se trata, entonces, de una ciudad erigida como imperio poético; Lisboa es y fue digna para ver nacer a este grupo de gente que innegablemente puebla aún el imperio de las almas.
Una tarde de lluvia, en un lugar incierto a orillas del Nilo. Han traído el cadáver del bello Antínoo, ahogado de forma misteriosa. El coro, asistente funerario, está esperando el ingreso del emperador Adriano. El tiempo dramático es el tiempo real y en este lapso tendremos el privilegio de estar en el momento en el que el César, en su locura por la pérdida de su efebo, intenta arrancarlo de la muerte.
Antínoo, es un poema dramático, dividido en 42 estrofas y 361 versos, escrito por Fernando Pessoa en lengua romántica inglesa, que remite a tradiciones egipcias, griegas y latinas, y su sustancia dramática es el profundo dolor del emperador Adriano por la muerte de su joven esclavo, a quien decide, por mandato imperial, elevar a categoría de nuevo dios.
El equipo de dramaturgia del Colectivo Teatral Matacandelas ha consultado la versión en inglés y cotejado línea por línea hasta seis traducciones al castellano, tratando de conservar su estructura narrativa, con las modificaciones que pueden reclamar las necesidades de la representación: un coro que acompaña, comenta, canta, y de otro lado el lamento desgarrador del hombre más poderoso del mundo derrotado por la muerte.
Hasta la fecha no hemos podido conseguir datación alguna de cualquier puesta en escena, ni aquí ni allá, de esta obra escrita en 1915, publicada en 1918 y considerada como un extenso poema erótico con el que el autor pretende hacer un recorrido por “el círculo del fenómeno amoroso”, y al que se refiere de curiosa manera en una carta a su amigo João Gaspar Simões: “Una explicación: Antínoo y Epitalamio son los únicos poemas (…) que tengo escritos que son, claramente, lo que se pueden llamar obscenos. Hay en cada uno de nosotros, por poco que se especifique una obscenidad, un cierto elemento de este orden, cuya cantidad, evidentemente, varía de hombre a hombre. Como esos elementos, por pequeños que sean o grandes en que existen, son un cierto obstáculo para algunos procesos mentales superiores, decidí, en dos ocasiones, eliminarlos mediante el proceso de expresarlos intensamente. Es en esto en lo que se basa (…) la violencia enteramente inesperada de la obscenidad que en estos dos poemas -y sobretodo en Epitalamio, que es directo y bestial- se revela. No sé por qué escribí estos dos poemas en inglés”.
Aquí, como en toda la obra de Pessoa, predominan la palabra y una situación que trasciende el conflicto o la pugna, la acción dramática no va en progresión, tampoco decrece ni ofrece un final, es un permanente estado de desequilibrio, sin una exposición de acontecimientos cuyo meollo está manifiesto en la intensidad. En su teatro los seres humanos no están enfrentados, padecen, y su dolor es irresoluble, están condenados por el peso de la existencia o por lo irremediable: la muerte, el misterio, la nada, una realidad inaprensible a los sentidos y al pensamiento. Como lo expresara maravillosamente Gustave Freytag: «El teatro es un marco estático por donde el espíritu deambula y sufre».
No hay espectáculo, no hay historia, no hay ornamentación, la época es circunstancial, el escenario es el estado de las almas en infortunio, un escenario universal, un espacio metafísico, que siempre está ahí expuesto al observador y a quienes en un futuro podrían mirarlo.
Engañanse quienes se limitan a ver en este poema sobre el drama del emperador Adriano y su erómenos Antínoo un emblema del amor homosexual. Pessoa quiere llevar el sentimiento del amor, cualquiera sea su naturaleza, hasta sus últimas consecuencias en el intento de darle un sentido de totalidad, pues, como se sabe, la atormentada pasión de Adriano se ofusca por inmortalizar a su amado en la creación de retratos, estatuas, estampillas, monedas, procurando obtener, finalmente, su más alta indemnización, poniendo al objeto amoroso entre las deidades. Es el delirio al que apuntaba Platón: “Hay dos especies de furor o de delirio: el uno, que no es más que una enfermedad del alma; el otro, que nos hace traspasar los límites de la naturaleza humana por una inspiración divina”.
Hasta hace muy poco se creía que la escritura dramática de Fernando Pessoa se reducía a tres obras: O marinheiro, En la floresta de la enajenación y Diálogo en un jardín de palacio. En el decurso de las incesantes investigaciones y los hallazgos, en la demasía de un océano de literatura que parece inabarcable e inagotable, en la que ha jugado un papel protagónico el colombiano Jerónimo Pizarro, hemos podido enterarnos de una prolija dramaturgia que hasta el momento alcanza un registro de cuarenta obras, la mayoría de ellas inéditas, según el registro que en estos momentos adelanta Nicolás Barbosa, destacado investigador sobre el teatro de Pessoa, colombiano también, qué coincidencia. No es raro, si se tiene en cuenta que nuestro país se ha destacado en la lectura y la difusión de la literatura del portugués, y también en el montaje y la proyección de sus obras escénicas.
Nuestra puesta en escena tiene dedicatoria amorosa a Diego Sánchez, actor, músico y director, quien después de compartir 34 años con nosotros en el exceso de teatralidad y vida, decidió ocultarse el 29 de julio de 2018. Con él tuve durante esos años direcciones escénicas, sudores, escenario, rabias y alcoholes.
Un nuevo capitán embraga al sumergible, es Juan David Correa,”Buñuelín” -su licuefacción por Don Luis Buñuel lo ha apestado hasta el encéfalo-, que hace la codirección de Antínoo desde el ensayo, la dramaturgia de la palabra y, sobre todo, la dimensión sonora, parte estética capital de análoga jerarquía a la actuación, el vestuario, el lenguaje de la luz, la atmósfera. Y a la imagen, que esta vez, como lo hemos venido haciendo en los últimos montajes, se pone bajo el alerto ojo de Ana María Giraldo, arquitecta y artista visual, experta en la geometría de las flores. Es, como podrá advertir el espectador en todos los montajes -y en las fichas técnicas- de Matacandelas, un trabajo creativo en el que todos establecemos conexiones colaborativas. Puros pandilleros.