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ME ACUERDO DE ENRIQUE BUENAVENTURA

Por: Cristóbal Peláez González

7.00 PM

La última vez que vino a Medellín, por julio del 2003, subimos una noche de viernes a buscarlo al Teatro del Águila Descalza. Cuando nos vio se alborozó desenvainando sus dos infaltables sellos mi querido my dear y la vida es muy dura y subrayando su cariño por Medellín, ciudad que le había concedido el honoris paisa. Miraba continuamente las entradas del teatro verificando la afluencia de público y como quien advierte pasos de animal grande nos dijo confidencial: esto se está poniendo bueno, hay más público que ayer. En el Colón de Bogotá estuvimos repletos hasta las banderas. Caminaba lento con apoyo y una vez en la sala, atento al transcurso de la escena, nos auscultaba frecuentemente tratando de captar nuestra impresión emotiva.

10.00 PM

Al salir lo invitamos al Teatro Matacandelas. Se imaginaba una tertulia sosegada pero cuando lo ayudamos a bajar del taxi lo vimos muy desconcertado ante la gran algarabía de muchachos que gritaban y bailaban con el grupo de rock Punto Neutral. Nos miró desamparado con un gesto de contrariedad que interpretamos como yo no quiero estar aquí, a mí no me gusta esto. Pero el operativo ya estaba montado y la tropa de Matacandelas con saludos y abrazos lo fue entrando a pasos y en un santiamén lo instaló en una mesa abierta a codazos.

10.30 PM

Enrique permanecía atónito, no comprendía nada. Sabíamos que quería irse pero habían continuado los saludos cariñosos que le impedían moverse. 

Cuando Punto Neutral atacó con la canción “Esta vida que yo llevo no vale una puta mierda”, la proliferación de mechudos se botó al pogo con gritos tribales y Enrique se animó a tomarse el primer trago de Chivas apuntando la primera sonrisa: Esto parece la hora llegada. El infierno de Dante. No tenía escapatoria.

11.00 PM

Quería sopa, con mucho ají, y pollo. Y se armó otro operativo. La sopa con mucho, desmesurado ají, la tomó despacio y con regusto. Pero llegó el maldito pollo. Entre la oscuridad, el bullicio y su torpeza, Enrique no se decidía a comerlo con las manos, se le resbalaban cuchillo y tenedor, las porciones del pájaro asado brincaban como queriendo recuperar la floresta. Un lío. Entonces vino una de las escenas memoriales: nuestro querido amigo, el impar bohemio, Luis Miguel Velásquez, arquitecto, le arrebató amigablemente los utensilios diciéndole: venga maestro, no se preocupe que yo le trozo el pollito. Creímos que se trataba de una operación normal pero al momento nos sorprendimos viendo a Luis Miguel en una paciente y surrealista tarea: tenedor en mano, cortaba y llevaba de su mano la comida a la boca de Enrique, lo alimenta como a un pichón, dijo Jaiver Jurado sonreído, conmovido. El maestro no se percataba. Alguien gritó: Por Dios, esto es único, necesitamos una cámara, otro impidió: No, lo que menos necesitamos es una cámara, esta escena es irrepetible. Luis Miguel, paciencia y emoción estremecidas, no atinaba, nunca creí que iba a tener a Enrique así, dándole de mi mano. Después el Maestro abrió su cuerpo y con su voz memorable dijo: ahora sí que vengan todos los Chivas que sean.

En un interregno Diego Sánchez tomó un micrófono y se dirigió a la concurrencia: Estamos felices de tener aquí con nosotros al maestro Enrique Buenaventura, como quien dice al papá de todos, él es el directamente responsable de que nosotros estemos en lo que estamos, y aquí lo emplazamos para que nos diga cómo salir de esto, porque o sino mañana mismo nos madrugamos al Instituto de Bienestar Familiar a demandarlo.   

Risas, aplausos, euforia, gritos se prolongaron. Enrique pidió el micrófono:

La verdad es que yo tampoco sé cómo salirme. Me pueden demandar.

Más aplausos. Más silbidos.

Y luego la dedicatoria de la noche con Punto Neutral y su Heautontimorumenos de Baudelaire. El guitarrista castigó las cuerdas y Víctor, el vocalista, aulló para la tribu urbana:

¡Ella está en mi voz, el griterío!
¡Es toda mi sangre, este veneno negro!
Soy el siniestro espejo
Donde la furia se contempla.

¡Soy la herida y el cuchillo!
¡Soy la bofetada y la mejilla!
¡Soy los miembros y la rueda,
y la víctima y el verdugo!

12.01 A 3.00 AM

El concierto llegaba a su conclusión. En un espacio de 2 metros cuadrados, veinte personas rodeábamos al Maestro (con m mayúscula). Humo, alcohol, sudor, voces, imprecaciones, ocurrencias. El magnífico conversador. Los apuntes al sesgo. Chivas y más Chivas. Se habló del TEC, del teatro, del mal gobierno, de la vida y del funcionamiento del espíritu. Y ya Enrique estaba feliz en su tópico.

Hace dos años el Teatro Matacandelas realizó una temporada en la sala del TEC y habíamos tenido interminables noches (casi hasta el amanecer) de conversación, donde prácticamente él había hecho un repaso a toda su vida. Le recordé entonces que desde hace más de 10 años le venía insistiendo para que me permitiera un trabajo extenso de grabación que quería culminar con unas memorias (yo pensaba en algo muy semejante al libro de Truffaut sobre Alfred Hitchcock) y que siempre me respondía lo mismo: yo detesto el género memorias, - ¨Pues yo -siempre le repliqué- adoro ese género¨.

Discutimos por largo rato. Finalmente me dijo:

Se quedó pensativo y me dijo, ¨Bueno, acepto. ¿Cuándo empezamos? Quedamos para el 6 de enero del 2004, en Cali. Entre 15 y 20 días de grabación con un promedio de 6 horas diarias, para un libro considerable que sería redactado en primera persona. Un trabajo informal, de desnudez lateral entre la dramaturgia y su teorética y que hablara del niño, del marinero, del contrabandista, de la aventura teatral.

A Cali llegamos a comienzos de noviembre y entre otras actividades teatrales la que más me interesaba era repuntualizar todo el trabajo con Enrique. A cinco minutos de pisar Cali nos encontramos con la evidencia: Enrique sigue hospitalizado, está verdaderamente grave, una peritonitis aguda. Y justo, Misael Torres, de Ensamblaje teatro de Bogotá nos dice: hace como cuatro años, en un viaje que tuve de yagé en la selva no cesaba de oír una admonición que no atinaba a saber de dónde venía, era una voz como del aire: Enrique Buenaventura se va a morir en el año 2003¨

CALI

El Teatro Municipal de Cali se llamará (o ya se llama) Enrique Buenaventura, el Teatro El Tablado de Medellín también le ha puesto ese nombre a su sala, fruto natural de esa vieja amistad con Mario Yepes, su director. El 31 de diciembre del 2003 a las 8.30 a.m. pereció la carne y empezó el proceso leyenda del lúcido dramaturgo y director, del ameno lector pero mejor conversador, y en pocas palabras del bien llamado Papá del teatro colombiano.

Cierta tristeza, cierta soledad de los últimos años él las combatía escribiendo y pintando, llenando la conversación de recuerdos, de bromas, de apuntes donde soslayaba la ironía, ahora estoy más productivo que siempre, escribiendo de manera alterna dos dramaturgias.

RONDA

En el clásico redondel del palo de mango que hay en el TEC donde todos siempre nos sentábamos a esperar teatro fumando y tomando tinto, han depositado, en tierra, sus cenizas. Lúcida decisión de amigos y familiares. Pero..., objeción, ¿ya con qué culo se va sentar uno ahí en ese redondel?

Llueven ahora los merecidos reconocimientos de amigos y discípulos. Hasta los enemigos y los resentidos se han montado en ese coche. Los que hablan de un minuto de silencio no lo conocieron ni de fundas, los que hablan de luto, de crespones y de llantos plañideros, escupen su memoria. También los que en su momento –ah, miserables bellacos- lo tildaron de mamerto y de capador de cerebros. Tampoco esas alhajas de administradores públicos que lo mantuvieron a raya al borde de la indigencia (como esa indigencia en que arrastran ahora al Teatro La Candelaria), tampoco esas perlas de ministras que le tiraban las puertas en las narices y se negaban a recibirlo, (¿No son los ministros y los presidentes de estas republiquitas de juguete quienes deberían pedirle citas a los Enrique Buenaventura y a los Santiago García?), tampoco esos alcaldes, esos concejales, esos directores de institutos, esos funcionarios, otarios, y falsarios, tampoco los teatreros de papier maché, mucho menos esa peluquera ministra de cultura que alguna vez preguntó -¿Cómo es que se llama ese viejito que dirige un grupo de teatro en Cali?

- ¡Se llamó y se sigue llamando Enrique Buenaventura, señora Ministra!

Entrevista tomada de la edición No. 4 del periódico de Medellín en Escena